Tú y tu pareja os queréis y os lleváis bien. Tenéis aficiones comunes, un sentido del humor parecido y os gustan las mismas series de televisión.
Como dicen vuestros amigos: estáis hechos el uno para el
otro.
Entonces decidís iros a vivir juntos. Al principio todo
sigue igual que antes pero poco a poco, con la convivencia y la rutina,
aparecen ciertos roces. No importan, son pequeños y os seguís queriendo.
Entonces tenéis un hijo. Un cambio radical en vuestra vida,
algo que nunca habrías imaginado. Las discusiones aumentan pero las achacáis a
la falta de sueño y al cansancio y pensáis que esto también pasará.
Entonces vuestro hijo crece, todos os vais adaptando a la
nueva vida. El cansancio y la falta de sueño ya no son para tanto y conseguí
tiempo para estar a solas y desconectar. Pero las discusiones no han
desaparecido, incluso han ido a más.
Las relaciones de pareja son como contratos. Estos se pueden
hacer de manera más explícita o, lo que es más habitual, que se vayan
escribiendo poco a poco.
En estos contratos está todo, todo, pactado: desde quién pone
la lavadora hasta quién decide la película de cada noche. Por supuesto, algunos
contratos pueden ser más flexibles que otros pero en todos siempre hay ciertas
normas.
Como cualquier acuerdo entre dos personas, el contrato sirve
siempre y cuando a las dos partes les parezca bien, sean cuales sean las
condiciones.
Por ejemplo: una pareja puede haber pactado que sea ella la
que se encargue de todas las tareas de la casa y él que se encargue de llevar
el dinero. Puede que tú no aceptases ni de broma estas condiciones o puede que
sí, que te pareciera justo. El caso es que hay tantos contratos como parejas
hay en el mundo.
¿Y si una de las partes no está de acuerdo?
Pues entonces es cuando comienzan los problemas serios.
Una cosa son los roces del día a día, propios del principio
de la convivencia y que significan que el contrato todavía no está cerrado y
estáis pactando las condiciones y otra cosa son los resentimientos y la
sensación de que uno está aportando a la relación más que el otro.
Ya sé que dije que la mayoría de los contratos se hacen en
el día a día y de manera implícita pero cuando no hay acuerdo, hay que sacarlos
a la luz y decir que este contrato de pareja no te parece justo y quieres
cambiarlo. O que antes te parecía justo pero ahora la situación ha cambiado y
ya no es válido.
Siguiendo con el ejemplo anterior: imagínate que él pierde
su trabajo y se queda en paro mientras que ella consigue uno. ¿Seguiría siendo
válido el que ella se ocupe de todas las tareas de la casa? Pues puede que no
(o sí, ya digo que depende de cada persona) y entonces habría que establecer
nuevas condiciones.
Un contrato de pareja nunca deja de escribirse.
La historia del principio del post es la historia de muchas
parejas que no han sabido establecer bien las condiciones de convivencia.
Alguna de las dos partes, o las dos, sienten que el contrato no es justo y ahí
aparecen los roces y las discusiones.
Porque puede que quieras con locura al otro y que os llevéis
genial pero es en el día a día donde se demuestra si una pareja funciona o no.
No hay una respuesta correcta, no hay que repartir las
tareas al 50% si no os parece bien. Podéis escoger el porcentaje que queráis
pero tenéis que poneros de acuerdo y llegar a un equilibrio.
Y también recordad que los contratos hay que revisarlos con
el tiempo, porque pueden perder validez. Sobre todo si hay cambios importantes
en la familia como es la llegada de un hijo.
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Convivir es tremendamente complicado aún eligiendo a la persona. Con cansancio e hijos, como dices, más todavía. Es importante sacar las cosas a relucir para que se resuelvan, aunque eso genere roces también pero si no es el cuento de nunca acabar.
ResponderEliminarExacto, y yo añadiría que también es importante encontrar el momento para hablar porque si lo hacemos en caliente, no servirá de nada
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