De pequeña en mi casa nunca hubo empanadillas, y tampoco era algo que pidiéramos cuando salíamos a comer fuera.
Así que las primeras empanadillas que tomé debieron ser
algunas que daban de tapa en algún bar: las típicas congeladas y de atún. Me
gustaban pero tampoco me desvivía por ellas.
Imagino que mi madre no le apetecía ponerse a preparar la
masa y además el hecho de freírlas las hace un alimento más bien poco
saludable.
Sin embargo, hace unos meses, descubrí que se podían hacer
al horno. Lo sé, seguro que muchas de vosotras lo sabíais desde hace años pero
tened en cuenta que en mi abanico culinario las empanadillas nunca tenían
cabida.
Es lo que tiene no estar acostumbrada a comer un alimento:
que no te acuerdas de él.