Todo iba bien hasta que nació nuestro primer hijo. Ahí empezamos a discutir por todo, ya no había apenas momentos buenos, de cariño. Sólo hablábamos del día a día, nada de conversaciones de adultos.
Luego vino el segundo y la cosa empeoró. Al final casi ni
hablábamos, y cuando lo hacíamos, era para avisar que había que comprar pan. Ya
no había casi discusiones porque ya evitábamos vernos lo máximo posible.
Este testimonio ficticio refleja la realidad de muchas
parejas que tienen su primer hijo. La adaptación a un nuevo estilo de vida y a
un nuevo rol, el de padres, puede resultar complicado.
Cada persona vive la m(p)aternidad de manera diferente. Esto
provoca, en ocasiones, desajustes dentro de la pareja. Por ejemplo, cuando uno
cambia radicalmente y el otro no tanto.
O cuando descubrís que hasta ahora estabais más o menos de
acuerdo en todo y resulta que tenéis grandes diferencias sobre el estilo de
crianza que queréis para vuestros hijos.
De cómo os ajustéis a la nueva situación depende vuestro
futuro como pareja. Cuando se produce un cambio tan radical como es tener el
primer hijo, es normal pasar por un “período de adaptación” en el cual ambos
estéis algo más irritables y discutáis más a menudo que antes.
En realidad, el hecho de discutir no debería ser la vara de
medir el estado de vuestra relación. Hay parejas que parece que no paran de
discutir y siguen queriéndose y otras que apenas discrepan y acaban en
separación.
¿Entonces cuál es la clave?
El secreto consiste en aumentar los momentos positivos, en
lugar de intentar reducir los negativos.
Me explico: imagínate un globo deshinchado al que le
pintamos un punto negro en alguna parte. Al estar desinflado, el punto ocupa
casi todo el globo. En cambio cuando soplamos para hincharlo, vemos cómo el
punto va perdiendo hasta color y se difumina hasta pasar a ser una pequeña
mancha casi sin importancia.
El punto negro no ha cambiando, pero el globo sí. Se ha
hecho más grande y por eso, en proporción, la mancha no deja apenas huella.
Algo similar pasaría en una relación. Lo importante no son
las discusiones en sí sino qué proporción ocupan respecto al total de la
comunicación de pareja. Si hay muchas discusiones, pero también muchos momentos
buenos, puede que, efectivamente, discutáis mucho pero en proporción no
consideres que estés en una crisis de pareja.
En cambio, si sólo discutís una vez a la semana, por ejemplo pero en cambio no hay apenas ningún momento bueno, esa discusión semanal definirá tu relación. El globo está desinflado y ese punto negro lo abarca casi todo.
En definitiva, si no sabes cómo dejar de discutir y has probado ya de todo, prueba a mirar para otro lado, a soplar dentro del globo.
Se trata de que comencéis a buscar momentos buenos
independientemente de los malos, a hacer “gestos de buena voluntad” el uno por
el otro sin pretender recibir nada a cambio, sólo porque os queréis y quieres
que la otra persona sea feliz.
Llevar el desayuno a la cama, recoger los platos, dejar un
post-it con algo cariñoso escrito, un mensaje a media mañana, un beso de
despedida, un abrazo al volver a casa, cocinar su plato favorito, etc. son
ejemplos de gestos de buena voluntad.
Como ves no se trata de grandes hazañas ni de gastar dinero sino
de comenzar a soplar para que vuestra relación se infle poco a poco de momentos
buenos. Una vez que consigáis esto, las discusiones no habrán desaparecido pero
estaréis en mejor predisposición a trabajar sobre ellas que antes.
Lo dicho, la proporción es la clave.
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Muy buen post con una muy buena solución y muy realista, porque a veces pensar que es posible eliminar las discusiones no es muy realista... Un abrazo!
ResponderEliminarGracias por el comentario, me alegro que te guste el punto de vista ;)
EliminarMi pareja y yo estamos intentando solucionar este problema. Leer post me ha venido muy bien.
ResponderEliminarMe alegro mucho que te haya sido de utilidad
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