Había una vez una niña de 11 años llamada María que vivía
feliz en su casa con sus padres. Iba a clase, tenía amigas y algún chico que le
gustaba y le rondaba la cabeza.
En general no tenía grandes problemas pero había una
cuestión que le molestaba mucho: no le gustaba nada que le gritasen, aunque
fuese de buen humor. Odiaba los alborotos y los ruidos. Incluso odiaba la
música muy alta aunque fuese la de Pablo Alborán.
Lo malo era que los gritos eran habituales en su casa, no
tanto para reñir (ella era más o menos obediente y no le daba motivos) como
para avisar y dar órdenes:
¡Ya está la cena, ven a poner la mesa!¡En cinco minutos nos vamos, vístete ya!¡Es hora de bajar la basura!
Cuando sus padres le gritaban, ella acudía un poco
fastidiada por el grito, pero acudía a la llamada. Al fin y al cabo, tampoco le
estaban pidiendo nada excesivo. Era la forma en que lo hacían lo que la
molestaba.
Su vida transcurría así hasta que un día vio un capítulo de
la Supernanny y alucinó. ¡Por fin encontraba una solución al tema de los
gritos!
Decidió aplicar las mismas técnicas que la Supernanny
enseñaba a los padres con niños gritones: ignorar la conducta que queremos
cambiar y reforzar la que queremos que se mantenga.
Dicho y hecho: a partir de entonces no iba a acudir a la
llamada de sus padres cuando lo hiciesen gritando (ignorar) y en cambio les iba
a hacer caso en todo cuando le hablasen en un tono normal (refuerzo).
Menudo desastre.
Al principio no fue mal, los padres la llamaban un par de
veces y al ver que no ocurría nada, iban hasta su habitación y le decían “¿es
que no escuchas? Te llevo llamando, la cena está lista” Parecían algo molestos
pero nada grave.
Será la adolescencia, pensaban.
Pero claro, la cosa no terminó ahí. Los padres empezaron a
enfadarse cada vez más con ella y cuando iban a la habitación de María era para
reñirle y, como era de esperar, lo hacían gritando.
A María cada vez le costaba más ignorar a sus padres porque
prácticamente se lo decían todo a gritos. Así que a veces no le quedaba otra
que ceder y hacerles caso de vez en cuando.
Los padres estaban cada vez más enfadados y frustrados. No
sabían qué estaba pasando para que su hija, hasta entonces una buena chica, se
convirtiera en una rebelde.
Inciso: ¿cómo creéis que se siente un niño pequeño cuando es ignorado? Ahí lo dejo. Fin del inciso.
María, por su parte, no sabía que hacer. Volver a lo de
antes no podía, ya le tocaba un poco el orgullo no haber conseguido que sus
padres dejasen de gritar y además estaba enfadada con ellos porque ahora
siempre estaban de mal humor con ella.
En ese punto estaban cuando los padres deciden acudir a un
psicólogo. Siguiendo las instrucciones del psicólogo, acuden ellos dos solos a
la cita, sin María, para poder hablar tranquilamente de lo que les preocupa.
Básicamente, tenían las siguientes quejas:
Este niña no nos escucha,
no nos hace ni caso,
todo lo que le decimos le entra por un oído y le sale por el otro,
es como si tuviera sordera selectiva,se porta mal, no obedece en nada.
Después de un montón de preguntas raras (¿cómo conseguís que
ponga la mesa?/¿podríais mostraros enfadados desde el primer momento, aunque
sea fingido?/¿ocurre a veces que os hace caso sin motivo aparente? etc.) el
psicólogo suelta un rollo sobre la autoridad y cómo Vito Corleone nunca tuvo
que levantar la voz para conseguir que alguien le hiciese caso.
Los padres salieron algo desconcertados de la sesión pero
con una idea en la cabeza: si querían resultados diferentes, tenían que hacer
algo diferente.
La idea de imitar al Padrino les hizo gracia y comenzaron un
juego entre ellos en la que María era “la víctima”.
María, te voy a hacer una oferta que no podrás rechazar, hay
sopa para cenar, ven a poner la mesa.
Cuando su madre decía esto, María se quedaba alucinada y más
cuando escuchaba a su padre detrás partiéndose de risa. No entendía nada pero
como su madre no había gritado, acudía.
A la siguiente sesión, los padres acudieron solos, esta vez
por iniciativa propia. La situación había mejorado bastante, todos estaban de
mejor humor y ellos dos tenían una competición por ver quién imitaba mejor al
padrino.
Pero seguían teniendo una preocupación: ¿qué le ha pasado a
nuestra hija?
Ahora que las cosas están más calmadas, ¿le habéis
preguntado? Quizá os sorprenda la respuesta.
* Esta historia es completamente inventada, cualquier parecido
con la realidad es pura coincidencia.
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"Si quieres resultados diferentes, debes hacer cosas diferentes". Me lo grabo a fuego porque me parece una idea que no se puede olvidar. La idea de imitar al Padrino me encanta :-)
ResponderEliminarBs!!
Pues sí, muchas veces esperamos cambios sin cambiar nada nosotros y eso es imposible (o improbable por lo menos)
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