Tu hijo tiene tres meses y has estado luchando por la lactancia materna, pero al final no podías soportar el dolor y has decidido darle biberón. Vas a un centro comercial y te sientas en uno de los sillones para alimentar a tu hijo. Notas todas las miradas de las demás madres sobre ti.
Estás paseando por la calle y de repente tu hijo se echa al
suelo llorando y pataleando. Tú no sabes qué hacer e intentas calmarlo para que
se levante. Empiezas a notar las miradas de los demás sobre ti y tu hijo.
Llegas al trabajo justo a tiempo para una reunión, cuando te
das cuenta que tienes una mancha de yogur/papilla/vómito en el hombro. Intentas
taparlo con tu pelo y te pasas el día pensando en si los demás habrán notado
algo.
Puede que no te haya pasado exactamente lo mismo que a las
madres del ejemplo pero ¿qué emoción dirías que están experimentando?.
La vergüenza es una emoción secundaria. Esto quiere decir
que, para poder sentirla, es necesario que seamos conscientes de nuestro propio
yo y saber que los demás nos pueden evaluar.
Normalmente esta capacidad se consigue a partir de los tres
años, antes son demasiado pequeños para poder sentir vergüenza. (por cierto, cuando un bebé/niño esconde la cara entre las
piernas de su madre cuando le hablas, no es por vergüenza, es por miedo o
porque simplemente no quiere hablar contigo).
¿Para qué sirve la vergüenza?
Aunque sean desagradables, todas las emociones cumplen una
función para la supervivencia de la especie.
Preservar la intimidad y cumplir las normas sociales de convivencia son las dos principales funciones de la vergüenza no patológica.
La vergüenza, en su justa medida, nos permite vivir en
sociedad y respetar las normas sociales. También cumple una función de
autoprotección: nos impide exponer nuestra intimidad a desconocidos y así
evitar dañar nuestro autoconcepto.
Preservar la intimidad y cumplir las normas sociales de
convivencia son las dos principales funciones de la vergüenza no patológica.
La vergüenza y la culpa
La vergüenza y la culpa suelen ir de la mano en muchas
ocasiones, pero no siempre. Hay una diferencia importante entre ambas.
La culpa es un sentimiento de remordimiento por algo que
hemos hecho que ha roto alguna norma interna nuestra.
La vergüenza en cambio es una emoción por algo que somos. Si
hemos hecho algo malo, no nos avergonzamos del hecho en sí sino de en qué nos
convierte el haberlo llevado a cabo.
Sentir culpa nos puede llevar a intentar reparar el daño, a
pedir perdón o a “expiar nuestro pecados” de alguna manera. Al final puede que
hagamos más bien que mal gracias a la culpa.
La culpa es un sentimiento de remordimiento por algo que hemos hecho que ha roto alguna norma interna nuestra.
Sin embargo, la vergüenza conduce a replegarnos en nosotras
mismas y a escondernos. La vergüenza paraliza más que la culpa y es mucho más
dañina para la salud mental.
¿Qué podemos hacer para gestionar la vergüenza?
Historia 1: La madre y el biberón.
Lo primero que podemos hacer es intentar convertir la vergüenza
en culpa. La culpa es mucho más fácil de manejar que la vergüenza, así que es
mejor sentirnos culpables que avergonzadas.
Por ejemplo, en la primera historia que cuento al principio,
la madre ha tomado una decisión que iba en contra de su norma interna (la
lactancia materna es lo mejor para el bebé). De acuerdo, digamos que puede
sentir que ha cometido un fallo pero eso no la invalida como madre.
Una vez que consigues sentirte culpable en vez de
avergonzada, puedes comenzar a hacer algo con la culpa.
Antes de nada, pregúntate: cuando tú ves a un niño llorar en
plena calle ¿de verdad piensas qué malos padres tiene? ¿en serio? Yo lo que
pienso es que pobres todos, que vaya mal rato están pasando. Así, sin más. Eso
ahora que soy madre pero antes, puede que ni siquiera me fijase en que había un
niño llorando en mitad de la calle.
La mayor parte de la gente le pasa lo que a mí: o no se dan cuenta o simplemente les da un
poco de lástima la situación (ojo, la situación, no los padres ni el niño).
Muchas veces la vergüenza actúa de manera que nos hace
pensar que todo el mundo nos está mirando cuando no es así en absoluto. Si
somos capaces de recordad esto cuando algo así nos sucede, comenzaremos a
aprender a ignorar esa falsa sensación de estar dando el espectáculo.
Historia 3: La mancha en la ropa
La vergüenza nos lleva a ocultarnos. Así que una buena
manera de enfrentarse a ella es haciendo público que estamos avergonzadas.
Es una técnica que los psicólogos llamamos “divulgar en vez
de ocultar”. Consiste en eso, en decir, para que se entere todo el mundo: “¡uy,
que vergüenza, una mancha en mi camisa nueva!” Al divulgarlo consigues que la
vergüenza pierda poder (total, ya lo sabe todo el mundo) y además compruebas
que “tampoco era para tanto”.
Estas tres estrategias no son incompatibles entre sí. De
hecho, son intercambiables para cada una de las historias. Todo depende del
nivel de vergüenza que sintamos y lo mucho o poco que nos paralice.
Ahora contadme ¿qué es lo que más vergüenza os da de ser
madres?
¿Quieres mejorar tus relaciones familiares?
Suscríbete y consigue gratis la guía donde explico mi método para encontrar soluciones a los problemas de crianza.
Es cierto. Cuando la rabieta te pilla en la calle... se pasa mal. Pero es verdad que los demás no tienen porqué pensar cosas raras tal y como nuestra cabeza se empeña en decir. Me lo voy a recordar cada vez que nos pase :-)
ResponderEliminarSentirse observada es una sensación desagradable pero en la mayoría de los casos, esa sensación no es real. Basta con fijarte en la reacción de los demás cuando a otra madre le está pasando lo mismo en la calle
EliminarLas primeras rabietas de mi hijo fueron en un parque. A mí personalmente me dejaron descolocada porque como no había pasado antes ni siquiera sabía como reaccionar (estaba demasiado flipada con la rabieta en sí, porque en general mi niño es super tranqui) y empecé a decir "es la primera vez que le pasa", que me imagino que sonaría a cuento chino, pero era verdad. Aquel día creo que no llegué a sentir vergüenza porque el desconcierto ya tapó cualquier otro sentimiento. Ahora que ya estoy más acostumbrada a las rabietas, pues creo que tampoco me dan vergüenza. Intento mantener la calma y desviar su atención a otra cosa, lejos de lo que ha provocado la rabieta.
ResponderEliminarEn cuanto a la primera situación, aquí en Alemania es al revés, lo normal es dar el biberón y lo raro dar la teta. De hecho creo que me mirarían bastante mal si se la diera a mi niño, ya con casi 16 meses, en la calle o en público. Imagínate que ya con 8 meses la recepcionista de una clínica de una ginecóloga me dijo que no era normal que le estuviera dando aún la teta!! (Se acaba de despertar mi niño, no me da tiempo a responder a tu pregunta, jajaja, yo siempre yéndome por las ramas...)
Aquí lo normal también es el biberón, lo puse de ejemplo nada más. La vergüenza puede ocurrir tanto si damos teta como si damos biberón.
EliminarUf, yo desde que estoy en Alemania (y he estado en Polonia) tengo la imagen de que en España se da muchísimo la teta, y en lugares públicos y a bebés/niños "mayores" y en situaciones en las que no estás "dando la teta sin más" (por ejemplo mi madre tiene una tienda y un clienta a la que se le puso el bebé a llorar, lo puso en la teta y siguió comprando tan pancha). Tanto en Polonia como en Alemania estas cosas son super raras (en Alemania más que en Polonia, cosa que yo no me esperaba). Yo la verdad es que cuando estoy ahí me siento mucho más cómoda dando la teta que cuando estoy aquí... que me siento juzgada no, lo siguiente...
EliminarEstamos tan acostumbrados a las rabietas de Mara en cualquier parte y a cualquier hora... y aún sigo experimentando esos sentimientos de vergüenza, qué dirán y demás. Ay, qué duro es esto!
ResponderEliminarPues yo me he fijado en la gente cuando hay un niño llorando ¡y la mayoría se ríe o sonríe! les hace gracia, no sé muy bien el qué pero el caso es que de juzgar al padre nada
EliminarDesde que soy madre sonrío cuando veo una rabieta... pero no porque me haga gracia, sino como una forma de empatizar, de decir sin palabras "tranquilos, todos pasamos por ahí"
EliminarMe ha molado mucho este artículo. Lo único que me chirría es que a pesar de redirigirlo al de la culpa, si lees solo este das a entender que biberón=malo, lactancia=buena. No sé, me da la impresión de que es una creencia que está haciendo un montón de daño. Que sí, que yo también he visto los estudios sobre cómo la lactancia convierte a tu hijo en un superhombre, pero he leído otro montón de estudios sobre heredabilidad y ambiente, y tiendo a pensar que puede ser una cuestión de correlación más que de causalidad. Y las mujeres que conozco que por una cosa u otra han tenido que dar biberón, se sienten acosadas.
ResponderEliminarEn fin, mis dos céntimos. Muy fan de tu blog, como siempre :*****
No era mi intención dar esa impresión. La vergüenza se puede sentir tanto si das biberón como si das teta.
EliminarEs un tema espinoso que pasa porque, primero, las madres (y los profesionales) se informen bien, bien de lo que es la lactancia materna y de sus mitos. Y luego que decidan.
Tú has conocido mujeres que han dado biberón y se han sentido acosadas, pero la verdad es que el biberón es "lo normal" ahora mismo por lo que lo más habitual es que si das el pecho, tengas que oír bastantes comentarios negativos al respecto.
Ay, las rabietas... Se pasa un mal rato. Yo me hago la composición de que la gente mira porque oye un ruido (llantos, gritos...) y nada más. Jajaja. Si no sé si me juzgan o no prefiero pensar que no. Mi última estrategia es poner cada de penita y sonreír en plan qué se le va a hacer aquellos que me miran con mayor o menor condescencia. Lo que si me da apuro es la "molestia" que generamos.
ResponderEliminarPuede que sea una molestia pero no lo generamos nosotros, muchas veces es algo que no se puede controlar.
EliminarEs genial eso que haces de pensar que es porque oyen un ruido y nada más, hay gente que lo pasa realmente mal al sentirse observada y eso no ayuda a que el niño se calme